En 1926, la arquitecta favorita de los que pasamos más tiempo entre fogones, Margarete Schütte-Lihotzky. Ella diseñó lo que conocemos como la primera cocina moderna.
Margarete nos obsequió con un diseño en el que todo lo esencial quedaba a mano y en el que dos personas podían trabajar en ella sin estorbarse.
En su buen pensar no faltaba de nada: fogones, un horno, una pila de agua y, sobre esta, un armario diseñado para escurrir los platos tras lavarlos. Espacio de sobra tanto para el almacenaje de menaje como para el alimento y su preparación. Esto con dos puertas que facilitaban el acceso y salida de la cocina sin estorbar a quien en ella trabajara.
La cocina segunda «sala de estar»
Gracias a Margaret dejamos hace un siglo de cocinar en la chimenea y de preparar los alimentos “de aquella manera”. También tenemos que agradecerle el diseñar con cabeza una cocina que, aunque hace tiempo que fue mejorada, dio dignidad a este espacio convirtiéndolo en un segundo espacio de reunión familiar.
A nuestra cocina moderna de hoy añadimos espacio para el lavavajillas, la nevera, tenemos extractor de humos, fogones y horno eléctricos. Así, en muchos casos hemos unido la cocina al comedor, dando más luz y sociabilidad a este espacio. La cocina, con el tiempo, se ha convertido en la estancia principal de la vivienda.
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